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SERMONES ESCRITOS LISTOS PARA PREDICAR
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lunes, 4 de abril de 2016
“Y Jehová dijo a Moisés: He aquí yo os haré llover pan del cielo; y el pueblo saldrá, y recogerá diariamente la porción de un día, para que yo lo pruebe si anda en mi ley, o no”, Éxodo 16:4.
Ésta provisión sobrenatural de Dios para su pueblo en el desierto es uno de los grandes milagros del Antiguo Testamento. Lamentablemente el contexto en el que se origina éste milagro no es una respuesta de Dios a la oración, ni a la adoración, ni al clamor de su pueblo, sino que dice la Escritura: “Israel murmuró”. Aunque Dios iba delante de ellos, los defendía y grandes señales había hecho, Israel no estaba agradecido, ni confiado en él, más bien expresa su inconformidad quejándose y murmurando ante la voluntad de Dios. (Evitemos la murmuración, pues Dios siempre sabe lo que hace, cuando y como)...
Dios esperaba que Israel confiara en él, pues los había sacado de Egipto con grandes señales, y los llevaba a la tierra prometida de una manera sobrenatural. Nosotros debemos confiar en Dios, pues él sabe de dónde nos ha sacado y sabe a dónde nos quiere llevar (Dios lo sabe todo). Dios habla a Moisés, no sólo porque era quien estaba a cargo, sino porque era un corazón sensible en el desierto (Recordemos que el sol endurece el barro, pero ablanda el hielo. A veces ante el difícil camino algunos corazones se endurecen, pero Moisés mantuvo un corazón sensible a Dios).
Dios le dice a Moisés: “hare llover pan del cielo”, aunque eso nunca antes había ocurrido, aunque hacer llover en el desierto ya era difícil, y hacer llover pan era algo único y humanamente imposible, Moisés confió plenamente en las palabras del Señor. Es interesante tener en cuenta el pan en tiempos de Moisés, algunos alargados, redondos, de tamaño personal y familiar, de color café oscuro y claro, y él pudo imaginárselos así, pero el maná pan del cielo era “como semilla de culantro (cilantro), blanco, y su sabor como hojuelas con miel” (Éx. 16:31). Concluimos entonces que aunque Dios siempre hace lo que dice, no siempre lo hace como nos lo imaginamos.
Estaban en el desierto de Sin, cuyo nombre significa arbusto. Éste era el panorama: arena y arbustos, claro era difícil, y allí es donde debemos usar y caminar con los ojos de la fe, ver por encima de las circunstancias, creer lo que Dios ha dicho, pues adelante estaba la tierra que fluye leche y miel, tierra de abundancia y bendición, para por allí era temporal y formativo.
Dios da instrucciones respecto a la manera de recoger el maná: “recogerá diariamente la porción de un día” y en esto serían probados. Dios nos prueba, él espera que caminemos en su ley, es la prueba de la obediencia. Para Dios la obediencia es más valiosa que miles de sacrificios, pues ante Dios no es posible negociar la obediencia por obras religiosas.
El maná fue temporal, fue la provisión de Dios en el desierto para Israel. Pero Jesús dijo: “Vuestros padres comieron el maná en el desierto, y murieron. Yo soy el pan vivo que descendió del cielo; si alguno comiere de este pan, vivirá para siempre” (Jn. 6:49, 51). Que bendición! Cristo es nuestra provisión para la eternidad y para nuestro ahora, podemos comer de él sin medida, él es nuestra vida y fortaleza, quien “come de este pan vivirá para siempre” (Jn. 6:58).
Reflexión final: Dios tiene cuidado de nosotros como cuidó de Israel en el desierto, e igualmente nos quiere llevar a la tierra de bendición, es decir al lugar de su perfecta voluntad. Dios es nuestro proveedor, y la más grande provisión ha sido su Hijo mismo: Jesucristo, el pan vivo que descendió del cielo. Gracias, amado Jesús por tu obra, permítenos alimentarnos de ti cada día. Amen.
Escrito
por Pastor Gonzalo Sanabria para Estudios y sermones. Autorizado para
ser publicado simultáneamente en Mensajes y sermones para predicar y Web Recursos Cristianos.
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